Voy con ganas acumuladas desde el viernes pasado.
Desde entonces estoy cogiendo por costumbre hacer ballet en casa cada vez que puedo.
Esto es la adicción más fuerte que existe. No dejo de leer blogs, entradas, consejos, publicaciones, fotos, videos, etc relacionados con mi pasión. Si tuviera rostro le diría: TE AMO con todo mi ser, eres mi vida, y ahora que te tengo no voy a volver a dejarte escapar. No otra vez.
Voy a clase, nuevo atuendo. Explico a mi profesora por qué falté el lunes. No le hace gracia que faltemos a clase, se le nota en la cara. Pero luego entra una compañera veinte minutos más tarde y me dice unas palabras cómplice. Quiere que vayamos, que bailemos, que lo intentemos.
Hoy estoy con la regla. Quizás por eso me he sentido un poco en inferioridad de condiciones con respecto a otros días. No me salían algunos pasos, no puedo ponerme al día con el trabajo que las demás llevan haciendo desde octubre, soy humana. Tengo mucho que practicar. Pero sigo siendo feliz.
Ah! hoy he subido el pie a la barra intermedia, voy dando pasitos!! : P
Ya he encargado mi segundo par de zapatillas, van a ser las primeras que tenga con suela partida en toda mi vida. Para la gente esto puede ser una banalidad, pero todo esto para mí supone un paso muy importante en mi vida. Y en mi autoestima.
Hoy he comenzado en casa el entrenamiento con bandas de resistencia. Seguiré informando ; )
miércoles, 26 de marzo de 2014
lunes, 24 de marzo de 2014
Frustración (cuarta clase)
Voy en el metro, es más tarde que nunca.
Creo que voy a llegar tarde. ¿Por qué va taaaaaaaan lento? Hay avería, fijo.
Son en punto. Estarán empezando. JODER!!! me he levantado hora y media antes.
No llego, lo intento, venga igual me da tiempo. No, joder, tengo que cambiarme, no llego, no.
Mejor me doy la vuelta. MIERDA!! Lo intento, venga. Son y diez... ¿¿y si no me dejan entrar??
Avería en metro, confirmado por megafonía. Son y diecisiete. Subo corriendo, con el corazón en la garganta. Llego a la puerta de clase. Veo el cartel: "No permitida la entrada tras diez minutos del comienzo de clases, por respeto a la profesora." Me doy la vuelta por donde vine. Cabeza abajo tras todo el fin de semana deseando la llegada de este lunes.
Voy a casa, doy mi propia clase particular como tantas veces hice años atrás.
Creo que voy a llegar tarde. ¿Por qué va taaaaaaaan lento? Hay avería, fijo.
Son en punto. Estarán empezando. JODER!!! me he levantado hora y media antes.
No llego, lo intento, venga igual me da tiempo. No, joder, tengo que cambiarme, no llego, no.
Mejor me doy la vuelta. MIERDA!! Lo intento, venga. Son y diez... ¿¿y si no me dejan entrar??
Avería en metro, confirmado por megafonía. Son y diecisiete. Subo corriendo, con el corazón en la garganta. Llego a la puerta de clase. Veo el cartel: "No permitida la entrada tras diez minutos del comienzo de clases, por respeto a la profesora." Me doy la vuelta por donde vine. Cabeza abajo tras todo el fin de semana deseando la llegada de este lunes.
Voy a casa, doy mi propia clase particular como tantas veces hice años atrás.
Lección aprendida. Os lo aseguro.
martes, 18 de marzo de 2014
Segunda y tercera clase
Voy con más energía que el día anterior, y cada vez un poco más justa de tiempo a clase...
Me cuesta memorizar la rapidez de los pasos.
Giro, salto, un, dos, plié, pas de vals, y tres, cuatro. Me vuelvo loca!! Soy feliz.
Siento más soltura y la guapa de mi profesora está pendiente de que sólo me ocupe de las piernas para perfeccionar los pasos.
Hablan de una función de la escuela en junio!! tengo que ponerme al día.
Lo bueno de ir a clases de adultos es que quien va es porque le encanta.
Lo malo... que las obligaciones de cada persona están por desgracia delante de nuestra pasión, por lo que casi nunca coincidimos el mismo grupo en las clases. Un día somos seis, otro tres. Pero yo sigo siendo feliz ^^
Me calzo mis zapatillas blancas (nunca había tenido unas blancas!!!! estoy súper contenta) y empiezo a ejercitarme mirando por primera vez mi reflejo en el espejo. Cuántos años desde esa sensación, alucino.
Veo a la misma niña de antes pero más rubia y bastante menos ágil. Pero me encanta la imagen, me encanto.
Tengo mucho trabajo que hacer.
Me cuesta memorizar la rapidez de los pasos.
Giro, salto, un, dos, plié, pas de vals, y tres, cuatro. Me vuelvo loca!! Soy feliz.
Siento más soltura y la guapa de mi profesora está pendiente de que sólo me ocupe de las piernas para perfeccionar los pasos.
Hablan de una función de la escuela en junio!! tengo que ponerme al día.
Lo bueno de ir a clases de adultos es que quien va es porque le encanta.
Lo malo... que las obligaciones de cada persona están por desgracia delante de nuestra pasión, por lo que casi nunca coincidimos el mismo grupo en las clases. Un día somos seis, otro tres. Pero yo sigo siendo feliz ^^
Me calzo mis zapatillas blancas (nunca había tenido unas blancas!!!! estoy súper contenta) y empiezo a ejercitarme mirando por primera vez mi reflejo en el espejo. Cuántos años desde esa sensación, alucino.
Veo a la misma niña de antes pero más rubia y bastante menos ágil. Pero me encanta la imagen, me encanto.
Tengo mucho trabajo que hacer.
domingo, 16 de marzo de 2014
Primera clase
9:38 de la mañana. Lunes.
Entro en la escuela con mi mochila al hombro, deseando saber qué me voy a encontrar.
Voy al vestuario y veo a los primeros cisnes de avanzado cambiándose con la suavidad que sólo una bailarina tiene y que sólo las personas amantes del ballet entendemos y apreciamos. Intercambio palabras, nervios y ánimos. Subo arriba con mis leggins, calcetines y camiseta.
La profesora, rubia y muy mona, me saluda con efusividad. Me presento, le presento a mi brazo. Me pregunta si he bailado antes. Le cuento mi entrada uno de este blog resumida en un minuto y medio.
Somos seis personas, cinco chicas y un chico.
Me sorprende escuchar a dos de ellas hablar de cástings y verlos calentar abriéndose de piernas, puesto que me he inscrito en principiantes. PRIN-CI-PIAN-TES. Respiro.
Comienzan los ejercicios de barra. De centro. Diagonal. Nombres en francés. Notas de piano. Ese olor a clase de baile mezclado con ilusión y ganas. Estoy moviéndome como en la clase de Chiquis. SIENTO UNA ENORME FELICIDAD DESBORDANTE EN ESTE MOMENTO, aunque ni toco el suelo con las manos ni subo la pierna más que la primera barra baja. Soy consciente de que tengo mucho que hacer y duro trabajar para llegar a mi estado físico anterior.
Como si de magia se tratase, parece que mi cuerpo recuerda misteriosamente cada movimiento, veinticuatro años después, como si fuera ayer. Me siento genial ¿estoy soñando? NO.
¡¡¡ Estoy bailando otra vez !!!
Cuando salgo de clase me siento como si hubiera rejuvenecido. Tengo energía, me desborda la ilusión, voy a una tienda y me compro mil camisetas diferentes para las próximas clases. Llego a casa y pido por ebay mis "primeras" zapatillas de media punta. Me siento como esa persona que vuelve a "aprender a andar" tras haber sufrido una lesión en su cuerpo. Siento que crezco.
Entro en la escuela con mi mochila al hombro, deseando saber qué me voy a encontrar.
Voy al vestuario y veo a los primeros cisnes de avanzado cambiándose con la suavidad que sólo una bailarina tiene y que sólo las personas amantes del ballet entendemos y apreciamos. Intercambio palabras, nervios y ánimos. Subo arriba con mis leggins, calcetines y camiseta.
La profesora, rubia y muy mona, me saluda con efusividad. Me presento, le presento a mi brazo. Me pregunta si he bailado antes. Le cuento mi entrada uno de este blog resumida en un minuto y medio.
Somos seis personas, cinco chicas y un chico.
Me sorprende escuchar a dos de ellas hablar de cástings y verlos calentar abriéndose de piernas, puesto que me he inscrito en principiantes. PRIN-CI-PIAN-TES. Respiro.
Comienzan los ejercicios de barra. De centro. Diagonal. Nombres en francés. Notas de piano. Ese olor a clase de baile mezclado con ilusión y ganas. Estoy moviéndome como en la clase de Chiquis. SIENTO UNA ENORME FELICIDAD DESBORDANTE EN ESTE MOMENTO, aunque ni toco el suelo con las manos ni subo la pierna más que la primera barra baja. Soy consciente de que tengo mucho que hacer y duro trabajar para llegar a mi estado físico anterior.
Como si de magia se tratase, parece que mi cuerpo recuerda misteriosamente cada movimiento, veinticuatro años después, como si fuera ayer. Me siento genial ¿estoy soñando? NO.
¡¡¡ Estoy bailando otra vez !!!
Cuando salgo de clase me siento como si hubiera rejuvenecido. Tengo energía, me desborda la ilusión, voy a una tienda y me compro mil camisetas diferentes para las próximas clases. Llego a casa y pido por ebay mis "primeras" zapatillas de media punta. Me siento como esa persona que vuelve a "aprender a andar" tras haber sufrido una lesión en su cuerpo. Siento que crezco.
miércoles, 12 de marzo de 2014
Retomando ^^
Cosas de la vida...
en el momento en el que todo parece más desastroso, caótico, desordenado... es cuando llega lo bueno.
Así me pasó con el amor de mi vida (mi princesa) y así me pasó con la pasión de mi vida (mi ballet).
Tengo 29 años largos y este mes decidí ir a la escuela de danza que casualmente encontré al lado de un bar que solía frecuentar mucho cuando volví a Madrid. Ya en 2010 contacté con esa escuela por e mail para consultar si podía inscribirme tras tantos años y sin preparación física (llevaba años sin hacer nada, salvo patinar esporádicamente y subir escaleras : P ).
Fui, pregunté y salí con dos folletos y más contenta que unas pascuas, acompañada de mi santa madre una vez más jajajajja : )
Una semana después estaba haciendo la matrícula y me fui para casa con mi carnet de bailarina de la escuela. UN MUNDO se reabría ante mí. En tres días empezaría mi primera clase de baile como adulta.
El sueño ha despertado de nuevo.
en el momento en el que todo parece más desastroso, caótico, desordenado... es cuando llega lo bueno.
Así me pasó con el amor de mi vida (mi princesa) y así me pasó con la pasión de mi vida (mi ballet).
Tengo 29 años largos y este mes decidí ir a la escuela de danza que casualmente encontré al lado de un bar que solía frecuentar mucho cuando volví a Madrid. Ya en 2010 contacté con esa escuela por e mail para consultar si podía inscribirme tras tantos años y sin preparación física (llevaba años sin hacer nada, salvo patinar esporádicamente y subir escaleras : P ).
Fui, pregunté y salí con dos folletos y más contenta que unas pascuas, acompañada de mi santa madre una vez más jajajajja : )
Una semana después estaba haciendo la matrícula y me fui para casa con mi carnet de bailarina de la escuela. UN MUNDO se reabría ante mí. En tres días empezaría mi primera clase de baile como adulta.
El sueño ha despertado de nuevo.
miércoles, 5 de marzo de 2014
Sueños y Realidades.
(...)
Cumplí los trece años convencida de que jamás iba a volver a bailar. Además, la situación económica en mi casa estaba atravesando un momento delicado, y no podía exigir apuntarme a otra academia mejor con vistas a ser profesional, primero, por mi lesión, y segundo... por la pasta.
Así que mi sueño se quedó a la sombra.
Yo seguía en casa haciendo ejercicios, puntas, viendo vídeos, oyendo música de Tchaikovsky, intentando aprender a tocar el piano y deseando ser mayor para ahorrar y poder ir a ver un ballet en directo.
Pasé la adolescencia con el zapatero lleno de bailarinas de mil colores. Era mi zapato favorito, tal vez porque llevo midiendo 1.80m desde los quince años y siempre he sido la más alta de mis amistades, o tal vez como resquicio de mi pasión oculta por el ballet, que se negaba a morir... aunque fuera en el calzado de calle.
Cuando cumplí los veintitrés y me mudé de ciudad estuve seriamente barajando la posibilidad de dedicarme al arte dramático o al canto. Pensaba que era una forma de estar cerca de lo que me apasionaba (la danza, el arte, la música) sin que mi brazo doblado (y sobre todo mis desorbitados complejos físicos de entonces) repercutiera de ningún modo.
Pero una cosa son los Sueños... y otra la Realidad.
Por circunstancias, la vida te lleva por senderos inesperados, y durante mis años fuera de Madrid tuve que encargarme de cuestiones de crecimiento personal que apenas me dejaban tiempo para soñar. El único sueño que se cumplió relacionado con mi pasión fue ver por primera vez el Ballet Nacional Ruso en directo y mi tan adorado Lago de los Cisnes EN CUARTA FILA.
Nunca olvidaré esa sensación. Creo que fueron las primeras lágrimas de felicidad de toda mi vida. Nunca había conocido esa mezcla entre ganas de dar saltos de emoción y reventarme los ojos escupiendo lágrimas mientras veía las caras, ropa y cuerpos de esas adoradas bailarinas convertidas en ángeles sobre el escenario. Fue una experiencia única que volví a repetir años después con El Cascanueces, ya en Madrid de nuevo.
Y es que... cuando algo se lleva dentro, jamás muere.
Siempre he tenido mis zapatillas de ballet y mis maillots en el armario.
Siempre he tenido fotos de bailarinas y zapatillas por mis redes sociales.
Siempre he escuchado música clásica (especialmente piano) para encontrarme conmigo misma cuando lo necesitaba. Siempre señales.
Siempre. Toparme "casualmente" en facebook fotos de BALLERINA PROJECT un buen día hace ya unos años (http://ballerinaproject.com) me reabrió las ganas, los sueños...
Y LOS OJOS ; )
sábado, 1 de marzo de 2014
Presentando :)
Mi nombre es Alizia, y este blog nace de un sueño. El sueño de muchas niñas cuando son pequeñas y quieren convertirse en princesas, cantantes, peluqueras o bailarinas. El mío eran todos (jijijijiji) pero sobre todo... este último.
Cuando tenía seis añitos, rogué a mi madre que me apuntara a la academia de danza recién estrenada de mi colegio. Comenzamos las clases una niña, Carmen (parece mentira pero aún recuerdo el nombre de cada una de mis compañeras, y han pasado más de veinte años) y yo. Nuestra profesora, Chiquis, nos daba clases particulares, hasta que poco a poco fueron inscribiéndose otras niñas, la mayoría alumnas de nuestro propio colegio, cuyas madres las apuntaban como resultado del boca a boca y porque, como muchas madres y padres creen, hay que hacer actividades extraescolares.
Yo vivía aquello como algo excepcional. Me encantaban mis zapatillas rositas de media punta, mis maillots y mis medias. Parecía una "niña mayor" cuando las usaba, y me encantaba mirarme al espejo de clase con mi atuendo.
El día de la primera actuación de fin de curso, cuando ya éramos unas seis alumnas (ah sí, también había un niño, Joaquín, que por circunstancias del machismo social acabó abandonando antes de actuar) me recorrían nervios por todo el cuerpo. Yo ya había actuado antes delante de la gente, como todxs lxs niñxs en la función de navidad mítica, pero ahora era distinto. Bailaba al son de mi instrumento favorito: el piano (nunca sabré si amo el ballet por el piano, o el piano por el ballet, el caso es que los dos me tocan el alma). Bailaba y flotaba con mis relevés y mi mano alta, giraba, danzaba, y hasta juraría que VOLABA.
Tal era la sensación de bienestar, que deseaba con todas mis fuerzas que llegara la clase siguiente para volver a bailar. Pasó ese curso, y el siguiente, y el siguiente. Niñas cada vez más mujeres iban y venían de nuestra aula, y sólo yo permanecí desde su apertura, por lo que me sentía la mejor alumna de la clase, la que más sabía, la que más suerte tenía por haber vivido tanto por allí.
Y luego llegó Sandra. Sandra era vecina del barrio sin yo saberlo. Era como yo, muy alta para su edad y delgada (hablo de nuestros ocho años) y también había hecho ballet en otra escuela. Pronto empezamos a destacar de entre las demás alumnas del grupo (cada vez éramos más y en la misma clase había gente desde 3 hasta 10 años) por nuestra altura y nuestra fuerza en las piernas. Un día, Chiquis nos dijo que nos quedáramos un rato al terminar la clase. Cuando nuestras compañeras se marcharon, empezaron a entrar chicas mayores y señoras como mi madre (que por entonces rozaba los cuarenta) y todo dio un giro. Sandra y yo nos quedamos a ver la clase y me enamoré (hoy día creo que literalmente jajaja, quien me conoce sabe por qué lo digo : P) de Almudena. Tenía unos dieciocho años, era rubia, guapa y torneada, con una sonrisa muy graciosa. Yo sólo me fijaba en ella al verla bailar, quería ser como ella, TENÍA que ser como ella.
Durante el transcurso de la clase, Almudena sacó de la bolsa unas zapatillas de punta (las primeras que había visto yo en mi vida sin que fuera en la tele) y comenzó a hacer los ejercicios sobre ellas, mientras las otras chicas y señoras trabajaban en demi pointe (zapatillas de ballet sin punta). Acababa de descubrir que eso que siempre dibujaba y a lo que jugaba con mi Barbie bailarina no era un sueño!!!! Era posible, y una chica sólo unos años mayor que yo me lo estaba demostrando delante de mis narices : D
Desde ese día, Sandra y yo entrábamos dos horas más tarde, y dábamos clase con "las mayores". La ventaja era que nos permitía ir más acordes con nuestra evolución en clase sin repetir mil veces los pasos del grupo de las peques, y la desventaja... que sólo hacíamos una hora de ballet, de la cual la mitad eran ejercicios dolorosos en suelo. La otra hora se dedicaba a bailar danza española, jota, sevillanas y todo tipo de actividades relacionadas (zapateado, castañuelas, etc).
A mí este ritmo no me convencía mucho, pero en unos meses Chiquis nos dijo a Sandra y a mí que ya estábamos preparadas para usar puntas. RECUERDO PERFECTAMENTE el día que fui con mi madre a la tienda Maty del centro (especializada en ropa de espectáculos y danza de todo tipo, creo que aún existe) y toqué por primera vez mis Chacotte. No me lo creía. Era diciembre de no sé que año, y eran mi regalo de reyes. Chiquis nos había advertido que no se nos ocurriera usarlas fuera de clase, por riesgo obvio de lesiones (seguíamos teniendo diez añitos) pero esa advertencia para una niña que no pensaba en otra cosa era tan estúpida como decir a un bebé que no se lleve algo a la boca en su fase oral.
Llegó el seis de enero. Abrí mi regalo de reyes. Me lo puse. Me miré al espejo sentada desde todos los ángulos. Me puse en puntas (qué pena que no existieran las cámaras de fotos digitales en aquella época para mostraros la foto que hubiera hecho. Y mi cara de felicidad.) y descubrí que no quería bajarme de allí en la vida.
Así pasaron dos años, entre zapatos de tacón con clavos para el flamenco y suaves zapatillas de raso destrozadas por la punta. Tras las Chacotte, mis nuevas Repetto, de nivel superior y más suaves, porque la técnica ya estaba casi dominada. La verdad que llegada a aquel punto, las clases de ballet apenas me aportaban nada. No aprendíamos muchas cosas nuevas, y las mujeres de clase que no usaban puntas sólo querían que llegara la parte del flamenco etc. Yo pasaba más tiempo en puntas dentro de casa que en la academia. Y llegó el fatídico día.
Como si de una señal del destino se tratara, un esguince de muñeca (con lesión oculta en el codo) me mantuvo unas semanas alejada de mi ballet, aunque seguía calzando mis puntas (tengo fotos -analógicas- jajajaj que lo demuestran). Cuando me quitaron la escayola algo no iba bien en mi brazo izquierdo: no podía extenderlo en su totalidad.
Fui con mi santa madre por todo Madrid, a mil sitios diferentes, para rehabilitarme el codo. Me hacían de todo: baños en parafina ardiendo, masajes, cremas, ejercicios... DE TODO. Pero eso no iba para adelante.
Un día, mi doctora me dijo -nótese la delicadeza, y la ironía- que aunque me colgara de un puente agarrada sólo de ese brazo, no lo podría estirar jamás como antes.
Algo negro nubló mi mundo a partir de ese momento. Dejé el ballet, frustrada un poco por eso y otro tanto por el aburrimiento y estancamiento de las clases. Poco después, el colegio quebró económicamente y cerraron tanto las clases como la academia de baile. (Ahora son pisos.)
Esto fue cuando tenía entre 12 y 13 años.
A día de hoy tengo 29. Y la pasión SIGUE en mis próximas entradas.
Cuando tenía seis añitos, rogué a mi madre que me apuntara a la academia de danza recién estrenada de mi colegio. Comenzamos las clases una niña, Carmen (parece mentira pero aún recuerdo el nombre de cada una de mis compañeras, y han pasado más de veinte años) y yo. Nuestra profesora, Chiquis, nos daba clases particulares, hasta que poco a poco fueron inscribiéndose otras niñas, la mayoría alumnas de nuestro propio colegio, cuyas madres las apuntaban como resultado del boca a boca y porque, como muchas madres y padres creen, hay que hacer actividades extraescolares.
Yo vivía aquello como algo excepcional. Me encantaban mis zapatillas rositas de media punta, mis maillots y mis medias. Parecía una "niña mayor" cuando las usaba, y me encantaba mirarme al espejo de clase con mi atuendo.
El día de la primera actuación de fin de curso, cuando ya éramos unas seis alumnas (ah sí, también había un niño, Joaquín, que por circunstancias del machismo social acabó abandonando antes de actuar) me recorrían nervios por todo el cuerpo. Yo ya había actuado antes delante de la gente, como todxs lxs niñxs en la función de navidad mítica, pero ahora era distinto. Bailaba al son de mi instrumento favorito: el piano (nunca sabré si amo el ballet por el piano, o el piano por el ballet, el caso es que los dos me tocan el alma). Bailaba y flotaba con mis relevés y mi mano alta, giraba, danzaba, y hasta juraría que VOLABA.
Tal era la sensación de bienestar, que deseaba con todas mis fuerzas que llegara la clase siguiente para volver a bailar. Pasó ese curso, y el siguiente, y el siguiente. Niñas cada vez más mujeres iban y venían de nuestra aula, y sólo yo permanecí desde su apertura, por lo que me sentía la mejor alumna de la clase, la que más sabía, la que más suerte tenía por haber vivido tanto por allí.
Y luego llegó Sandra. Sandra era vecina del barrio sin yo saberlo. Era como yo, muy alta para su edad y delgada (hablo de nuestros ocho años) y también había hecho ballet en otra escuela. Pronto empezamos a destacar de entre las demás alumnas del grupo (cada vez éramos más y en la misma clase había gente desde 3 hasta 10 años) por nuestra altura y nuestra fuerza en las piernas. Un día, Chiquis nos dijo que nos quedáramos un rato al terminar la clase. Cuando nuestras compañeras se marcharon, empezaron a entrar chicas mayores y señoras como mi madre (que por entonces rozaba los cuarenta) y todo dio un giro. Sandra y yo nos quedamos a ver la clase y me enamoré (hoy día creo que literalmente jajaja, quien me conoce sabe por qué lo digo : P) de Almudena. Tenía unos dieciocho años, era rubia, guapa y torneada, con una sonrisa muy graciosa. Yo sólo me fijaba en ella al verla bailar, quería ser como ella, TENÍA que ser como ella.
Durante el transcurso de la clase, Almudena sacó de la bolsa unas zapatillas de punta (las primeras que había visto yo en mi vida sin que fuera en la tele) y comenzó a hacer los ejercicios sobre ellas, mientras las otras chicas y señoras trabajaban en demi pointe (zapatillas de ballet sin punta). Acababa de descubrir que eso que siempre dibujaba y a lo que jugaba con mi Barbie bailarina no era un sueño!!!! Era posible, y una chica sólo unos años mayor que yo me lo estaba demostrando delante de mis narices : D
Desde ese día, Sandra y yo entrábamos dos horas más tarde, y dábamos clase con "las mayores". La ventaja era que nos permitía ir más acordes con nuestra evolución en clase sin repetir mil veces los pasos del grupo de las peques, y la desventaja... que sólo hacíamos una hora de ballet, de la cual la mitad eran ejercicios dolorosos en suelo. La otra hora se dedicaba a bailar danza española, jota, sevillanas y todo tipo de actividades relacionadas (zapateado, castañuelas, etc).
A mí este ritmo no me convencía mucho, pero en unos meses Chiquis nos dijo a Sandra y a mí que ya estábamos preparadas para usar puntas. RECUERDO PERFECTAMENTE el día que fui con mi madre a la tienda Maty del centro (especializada en ropa de espectáculos y danza de todo tipo, creo que aún existe) y toqué por primera vez mis Chacotte. No me lo creía. Era diciembre de no sé que año, y eran mi regalo de reyes. Chiquis nos había advertido que no se nos ocurriera usarlas fuera de clase, por riesgo obvio de lesiones (seguíamos teniendo diez añitos) pero esa advertencia para una niña que no pensaba en otra cosa era tan estúpida como decir a un bebé que no se lleve algo a la boca en su fase oral.
Llegó el seis de enero. Abrí mi regalo de reyes. Me lo puse. Me miré al espejo sentada desde todos los ángulos. Me puse en puntas (qué pena que no existieran las cámaras de fotos digitales en aquella época para mostraros la foto que hubiera hecho. Y mi cara de felicidad.) y descubrí que no quería bajarme de allí en la vida.
Así pasaron dos años, entre zapatos de tacón con clavos para el flamenco y suaves zapatillas de raso destrozadas por la punta. Tras las Chacotte, mis nuevas Repetto, de nivel superior y más suaves, porque la técnica ya estaba casi dominada. La verdad que llegada a aquel punto, las clases de ballet apenas me aportaban nada. No aprendíamos muchas cosas nuevas, y las mujeres de clase que no usaban puntas sólo querían que llegara la parte del flamenco etc. Yo pasaba más tiempo en puntas dentro de casa que en la academia. Y llegó el fatídico día.
Como si de una señal del destino se tratara, un esguince de muñeca (con lesión oculta en el codo) me mantuvo unas semanas alejada de mi ballet, aunque seguía calzando mis puntas (tengo fotos -analógicas- jajajaj que lo demuestran). Cuando me quitaron la escayola algo no iba bien en mi brazo izquierdo: no podía extenderlo en su totalidad.
Fui con mi santa madre por todo Madrid, a mil sitios diferentes, para rehabilitarme el codo. Me hacían de todo: baños en parafina ardiendo, masajes, cremas, ejercicios... DE TODO. Pero eso no iba para adelante.
Un día, mi doctora me dijo -nótese la delicadeza, y la ironía- que aunque me colgara de un puente agarrada sólo de ese brazo, no lo podría estirar jamás como antes.
Algo negro nubló mi mundo a partir de ese momento. Dejé el ballet, frustrada un poco por eso y otro tanto por el aburrimiento y estancamiento de las clases. Poco después, el colegio quebró económicamente y cerraron tanto las clases como la academia de baile. (Ahora son pisos.)
Esto fue cuando tenía entre 12 y 13 años.
A día de hoy tengo 29. Y la pasión SIGUE en mis próximas entradas.
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